miércoles, 31 de octubre de 2012

El contador de arena: Gillian Bradshaw

Adelantado a su tiempo y conocido universalmente por el célebre principio que lleva su nombre, el griego Arquímedes fue un pionero del actual método científico, además de notable matemático y pensador. Discípulo de Euclides e hijo del astrónomo Fidias, su azarosa vida resulta tan apasionante como formidable el poder de su intelecto. En esta rigurosa novela histórica, Gillian Bradshaw —autora de grandes éxitos como El faro de Alejandría, Púrpura imperial, Teodora, emperatriz de Bizancio y El heredero de Cleopatra— presenta al lector un Arquímedes de carne y hueso, un ser humano excepcional que, inmerso en la convulsa época que le tocó vivir, tuvo que enfrentarse a múltiples dilemas. Deslumbrado por las maravillas de Alejandría tras una estancia de tres años y decidido a radicarse allí para siempre, el joven Arquímedes se ve obligado a volver a Siracusa, su ciudad natal, para ocuparse de su padre enfermo. El contraste no puede ser mayor: de la deslumbrante cuna del saber ha pasado a una ciudad entregada a los frenéticos preparativos para una cruenta guerra contra la poderosa Roma. Convertido por las circunstancias y el destino en el principal artífice de los ingenios bélicos con que se intentará repeler la invasión del coloso romano, Arquímedes atrae la atención del tirano Hierón, quien intenta retenerlo a toda costa en su corte. Y pese a que el mayor deseo del genial griego es volver a Alejandría para perfeccionar sus conocimientos y reunirse con Marco, el leal esclavo que lo ha acompañado desde siempre, un inesperado motivo lo empuja a permanecer en Siracusa, un motivo que ni siquiera su pasión por el saber y la ciencia podrá obviar y que, a la postre, lo obligará a recorrer un sendero salpicado de gloria, amor, guerra y traición.

Cómo detectar una sonrisa falsa

La sonrisa es la única expresión de la cara que podemos utilizar voluntariamente para relacionarlos socialmente.  Muchas veces sonreímos sin sentir las emociones que acompañan esta expresión, sólo para agradar, saludar, asentir. Sonreimos pues como un recurso "diplomático". Pues bien, Guillaume Duchene de Boulogne, neurólogo francés, observó una sonrisa falsa o poco sincera solo activa los músculos de los labios y la boca, mientras que la sonrisa auténtica es una respuesta involuntaria a una emoción espontánea que además activa los músculos orbiculares que rodean a los ojos.

Tiene la negra



En Grecia y Roma  se elegían los magistrados públicos con judias blancas y negras. Cada uno metía la suya en un cántaro y sacaba una al azar. La blanca era la venturosa; la negra, la desventurada. Otras veces se hacía con piedrezuelas blancas y negras. De las judias, habas o piedras negras y blancas viene la creencia de que la suerte puede ser blanca y negra. Por eso decimos "tengo la negra".