Cuando vas por la autopista ves diferentes carteles azules con dibujos blancos: un surtidor es la señal de que hay cerca una gasolinera, unos cubiertos anuncian la proximidad de un restaurante; una cama la de un hotel. Esos dibujos tienen la misma función que una palabra y la ventaja de que todo el mundo los entiende, sea cual sea su idioma.
Los restos más antiguos de escritura, los de Mesopotamía, también eran dibujos: una jarra para decir cerveza, una espiga para la cebada, y, para los animales, la silueta de cada uno. Junto a cada dibujo, otro signo indicaba la cantidad que entraba o salía de los almacenes.
Primero, esos signos se dibujaron con un punzón sobre una tabla de barro. Después se cambió el punzón por una caña que dejaba marcas en forma de cuña. Este cambio hizo que los signos se desfiguraran un poco y ya no fueran tan parecidos a las cosas que representaban. Y se alejaron aún más cuando se cambió el modo de coger las tablillas y todos los signos giraron 90 grados a la izquierda. Había nacido la escritura cuneiforme (en forma de cuña).
Hacia el año 3.000 antes de Cristo, se desarrollo en Egipto la escritura jeroglífica, sobre todo en tumbas y templos. Jero-glífico, en griego quiere decir “inscripción sagrada”. Aquí los signos siguen representando cosas del mundo real, pero también valen para representar palabras o partes de palabras que suenan igual.
Exactamente como los jeroglíficos que encontramos hoy en los pasatiempos del periódico (un pan y un talón quieren decir “pantalón”). En aquellos tiempos, los egipcios tenían tres tipos de escritura con grados distintos de dificultad. Se han llegado a contar 6.000
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